Desde pequeña, fui una niña sensible, intuitiva y profunda. Sentía el mundo con una intensidad que a veces dolía. Sentía demasiado: las emociones, los silencios, las miradas. Vivía todo con una intensidad que muchas veces no sabía cómo sostener.
Mi historia personal me enseñó que la sanación no es solo un proceso mental, sino un viaje profundo hacia el alma. Por eso, hoy combino la ciencia de la psicología con la profundidad de la espiritualidad. Creo espacios donde cada niño, adolescente o familia puede sentirse visto, comprendido y acompañado con amor y dirección.
Hoy, acompaño a niños, adolescentes y familias a descubrir que no hay que dejar de sentir para estar bien, sino aprender a hacerlo con conciencia y amor.

